Por Pascual Yuing.

El 29 de septiembre de cada año ha sido declarado por el Senado de la República como el “Día Nacional del Maíz”, por ser ésta planta una manifestación cultural histórica de origen prehispánico y sobre todo por lo que representa en la dieta básica de la alimentación mexicana.

Considerado un alimento muy difundido en el mundo por sus dóciles características naturales y por la variedad de formas en que suele ser consumido, el maíz probablemente ha viajado por todo el continente americano hasta llegar a Europa, África y Asia, donde ha sido incorporado de diversas formas para la alimentación humana y animal, pero que lamentablemente está sufriendo alteraciones en su composición genética.

Amén del enfoque histórico antropológico, que al estudiarlo ha permitido construir un discurso cultural e identitario en su relación integral con el ser humano en su conjunto y en sus detalles o relaciones con el resto de la naturaleza, el maíz enfrenta un problema mayor vinculado al retiro o agregación de genes que han sufrido sus semillas, las cuales han sido manipuladas para cambiar la información que contienen, en perjuicio de sus propiedades y utilidades benéficas.

¿Qué tan libres de transgénicos pueden ser ahora las semillas de maíz que se consumen en el mundo y especialmente en nuestro país? Así como está la situación, sólo Dios sabe ha dicho alguien por ahí, considerando los múltiples fenómenos que se presentan, repentinos, fugaces, inciertos y desconocidos.

Y es que ahora ya no sólo son los campesinos y sus siembras, son las empresas, la compra venta, la oferta, la demanda, el coyotaje, el surgimiento de agro veterinarias y en general la globalización; es la falta de control, la guerra, la radicalización y la falta de conciencia que vive la humanidad, lo que está dañando severamente a la población en su conjunto.

Y sin embargo, el maíz sigue vivo, está presente en todas sus formas, a través de la alimentación y el arte, en el atole, los tamales, el tascalate, los dulces, las aguas frescas, el pan de maíz y en fin, en toda la gastronomía que se manifiesta mediante la participación activa de las personas y en su economía.

Es indiscutible, que la conservación de semillas, su reproducción y consumo, está ligada a la seguridad de las mismas e incluso a las relaciones sociales que se establecen entre los hombres y las mujeres del campo, a las experiencias, a la siembra, a los ambientes que no debieran soslayarse para ser tomados en cuenta; porque de lo contrario, ese viajero mundial, terminará siendo otra cosa menos que maíz, sin propiedades saludables e inservible.

Es muy necesario, acortar la distancia entre el discurso científico tecnológico y las comunidades campesinas, e incluso con las poblaciones consumidoras; es decir, la capacitación popular y la orientación social, debe darse a un nivel más apropiado, para iniciar inmediatamente a identificar semillas, para luchar por rescatar su identidad criolla, para alcanzar nuestra soberanía y seguridad alimentarias más allá de la infortunada ciencia, que hasta ahora hemos visto no ha sido capaz de combatir el virus de la ambición que las destruye.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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