¿Quién le teme a un periodista?

Se dice que a los poderosos no les asusta un ejército con rifles, les teme a un periodista con libreta. Le temen porque el periodista observa, documenta, pregunta, molesta. Porque, aunque todos los días intenten silenciarlo con dinero, amenazas, cargos inventados o campañas de desprestigio, el periodista regresa —a veces más solo, pero más libre—, con la palabra afilada y el dato preciso.

En varios municipios de Chiapas, como en muchos rincones de este país, hay una guerra no declarada contra quienes ejercen la libertad de expresión. Pero no es una guerra de balas (aunque también las hay), sino de estructuras. Se da desde los escritorios del poder municipal, desde los celulares de los operadores políticos, desde los chats donde se pactan linchamientos digitales, donde se fabrican culpables y se tuercen verdades.

¿Quién le teme a un periodista? Le teme el funcionario corrupto que no puede justificar su último desvío. Le teme el cacique reciclado en candidato. Le teme el que edifica su carrera sobre cadáveres mediáticos, sobre infamias contra mujeres periodistas o activistas, sobre el chantaje disfrazado de gestión.

En Tuxtla, Jiquipilas, Cintalapa, Tonalá, Comitán, Ocosingo, Yajalón, Villaflores o Tapachula, el patrón se repite: periodistas acosados judicialmente, vigilados, excluidos de eventos públicos por «órdenes superiores», o denunciados por hacer preguntas incómodas. Son las mismas voces que después circulan listas negras, que se esconden tras perfiles falsos para atacar a quien escribe, que retuercen la ley para usarla como garrote, no como garantía.

Y sin embargo, el periodista no se va. Porque el periodista no trabaja para el presidente municipal ni para el poder en turno. Trabaja para la memoria. Para que cuando esto acabe —y siempre acaba— quede constancia de quién mintió, quién robó, quién fingió ser justicia y fue negocio.

Sí, muchos temen a un periodista. Pero no todos por las mismas razones. Unos temen porque saben que el periodismo serio no olvida. Otros temen porque aún no aprenden que no se mata la verdad matando al mensajero. Y algunos, los que más ruido hacen, le temen porque aún no entienden que la dignidad no se negocia.

Por eso siguen intentando callarlo. Por eso necesitan burlarse, desacreditar, comprar. Porque cuando el periodista no se vende, estorba. Cuando el periodista se planta, desnuda. Cuando el periodista resiste, duele.

¿Quién le teme a un periodista? Quizá todos los que tienen algo que ocultar.

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