Las balas no tienen pasaporte, pero sí caminos. Desde el norte, cruzando desiertos, ciudades divididas por muros simbólicos y reales, llegan como hormigas las armas que alimentan la violencia en México. No son fantasmas, son rutas: once venas abiertas que recorren el país desde la frontera hasta sus entrañas.
Cada una tiene su punto de origen y su herida de llegada. Así lo documentó la Fiscalía General de la República (FGR) en un estudio reciente que traza con precisión quirúrgica los canales por donde fluye el tráfico ilegal de armas provenientes de Estados Unidos, el país con más armas por habitante en el mundo.
Texas, Arizona, California. Desde ahí, las armas se esparcen como pólvora. Entran por Tamaulipas y llegan a Michoacán, cruzan Sonora y alcanzan Sinaloa, se deslizan por Baja California y terminan en las manos de grupos criminales en Guerrero, Zacatecas, Guanajuato. El mapa es tan amplio como inquietante: los estados donde se detectan las rutas coinciden con los más golpeados por la violencia.
El informe detalla que más del 70% de las armas aseguradas en México tienen origen en Estados Unidos. Pistolas, rifles de asalto, fusiles de alto calibre: instrumentos de guerra en las calles de comunidades campesinas, ciudades industriales, pueblos fantasmas.
Cada ruta no solo es una línea en un mapa: es la historia de una impunidad transnacional. De un sistema fronterizo que mira hacia otro lado. De armerías que venden sin preguntar y traficantes que cruzan con sigilo. De autoridades que —aunque lo saben— no siempre logran detenerlo.
La FGR sostiene que estas rutas sirven para abastecer a organizaciones criminales que operan en el país, incluyendo los cárteles más poderosos. Es un corredor silencioso, pero letal. Porque con cada arma que entra, se firma —sin tinta— una amenaza más para el tejido social.
El gobierno mexicano ha presentado demandas contra fabricantes de armas en EE.UU., buscando frenar esta invasión metálica que no se detiene. Pero mientras los litigios avanzan a paso de tortuga, las armas siguen su curso por los ríos del contrabando.
Once rutas. Once líneas rojas. México, con el mapa en la mano, intenta cerrar las puertas. Pero del otro lado, hay fábricas que siguen produciendo. Y en medio, un mercado negro que no descansa.
 
			 
		