En tiempos de incertidumbre global, el fortalecimiento del peso mexicano ha sido celebrado como un símbolo de solidez y estabilidad. Un peso fuerte, cotizando por debajo de los 17 por dólar, parece un logro digno de aplauso. Sin embargo, detrás de esa apreciación cambiaria hay una realidad compleja que no debe perderse entre los titulares optimistas. Porque como ocurre con muchos fenómenos económicos, el “súper peso” también tiene su lado oscuro.

Una de las principales implicaciones de esta fortaleza es el impacto directo sobre el comercio exterior. Mientras los consumidores mexicanos se benefician de importaciones más baratas, las empresas exportadoras —sobre todo las que comercian con Estados Unidos— enfrentan un entorno más adverso. El dólar débil y el peso fuerte encarecen nuestros productos en el extranjero. Y esto importa, porque casi el 80% de nuestras exportaciones tienen como destino el vecino del norte. Menor competitividad puede significar menos ventas, menos empleo y menos crecimiento.

Lo más llamativo del momento actual es que, a diferencia de años anteriores, esta apreciación no se basa en una economía nacional boyante. Lo dice el maestro Edgar Francisco Pérez Medina, de la Facultad de Economía de la UNAM: a diferencia del periodo pospandemia —cuando las remesas, el turismo y el “nearshoring” impulsaron el valor del peso—, hoy la moneda mexicana se ve fortalecida por factores ajenos a nuestro propio desempeño. La incertidumbre política en Estados Unidos, el debilitamiento global del dólar y la permanencia de tasas de interés elevadas en México son las fuerzas que empujan hacia arriba al peso. No es mérito propio, es una reacción del mercado.

Y eso es justamente lo que vuelve frágil esta aparente bonanza. El Banco de México mantuvo por largo tiempo una tasa de referencia del 11.25%, atrayendo capitales especulativos que buscan rendimientos altos, a través del famoso carry trade. Pero esa ventaja se está agotando: Banxico ha comenzado a recortar sus tasas y, si la Reserva Federal de EE.UU. no hace lo mismo, el atractivo del peso disminuirá. El mercado cambiará de rumbo tan rápido como cambió de destino cuando el dólar se volvió menos confiable.

Los datos lo confirman. Las remesas, que representan un pilar económico para millones de familias, cayeron 2.5% entre enero y abril de 2025. Las exportaciones automotrices también retrocedieron más del 6% respecto al mismo periodo del año pasado. Estos indicadores sugieren que el peso fuerte no refleja una economía en expansión, sino una combinación de factores financieros y externos que podrían revertirse en cualquier momento.

A esto se suman amenazas latentes. Desde la propuesta en Estados Unidos de imponer impuestos a las remesas —algo que tendría un impacto social enorme en México— hasta la renegociación del T-MEC, que podría introducir nuevos niveles de incertidumbre comercial y política. Y por si fuera poco, el gobierno mexicano ha anunciado un fuerte recorte al gasto público como parte de su estrategia de disciplina fiscal, lo cual podría frenar el consumo y la inversión interna, debilitando aún más los motores de crecimiento.

Entonces, el “súper peso” es un síntoma, no necesariamente una causa del bienestar. Puede dar la ilusión de estabilidad, pero también esconde riesgos que no se ven a simple vista. Como bien advierten los especialistas de la UNAM, es momento de mirar con cautela esta aparente fortaleza. Porque si no construimos una economía robusta que sostenga al peso desde dentro, tarde o temprano vendrá una corrección. Y entonces, lo que hoy parece un triunfo podría convertirse en una trampa.

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