Más argüende que debate

Luego de ver algunos de los debates que se han dado ya en este proceso electoral, me pregunto ¿qué cochina, canija y maldit@ maldición estaremos pagando para tener este nivel de política en México?

Antes que nada debo aceptar que veo los debates políticos por dos motivos: porque así puedo hablar de los temas relevantes que ahí pasan y porque me supermama el chisme. Y una gran verdad, es que aunque esté mal, muuuy mal, los debates políticos en México deben más su audiencia al morbo que al auténtico interés de la gente por conocer lo que en verdad nos debería de importar: las propuestas, la visión e ideología con la cual se manejará el candidato o candidata debatiente en caso de ser favorecido por el voto mayoritario.

El debate entre candidatos es algo que llegó tarde a México, siendo que por décadas antes había sido una práctica recurrente en otros países. El objetivo primordial de los debates es poner cara a cara los puntos de vista de cada candidato respecto a los temas primordiales que afectan a un país y por ende, a quienes en él habitan, lo cual es buenérrimo, ya que así el electorado podría tener más información a su alcance para poder pensar de mejor manera su voto a la hora de la elección.

Y digo que en México llegó tarde, porque pues si recordamos, por más de 70 años, un partido fue el hegemónico (busquen esa palabra en Google si no la entienden, no les puedo resolver la vida siempre), con lo cual pues técnicamente no había competencia, candidato que pusieran, ganaba y no había necesidad de andar alegando con otros para demostrar algo. Sin embargo, la aparición de fuerzas opositoras y el hartazgo de la gente por ver siempre lo mismo en el poder, hicieron que cada vez fuera necesario democratizar más el proceso electoral, de esta manera fue que la figura de los debates llegó a México, permitiendo ahora sí, que los candidatos tuvieran un encuentro para que cada uno expusiera sus ideas a la raza y pelearse por ver quién tiene la reata más grande.

Y repito, el principio primordial del debate era noble y la rigidez de los formatos permitían que cada candidato llegara y respondiera a las preguntas planteadas sobre temas de su plan económico, seguridad, salud, educación, desarrollo social y cada rubro que ayudan a mantener en pie (todavía) a nuestro cuerno de la abundancia hecho mapa.

Sin embargo nuestra idiosincrasia mexa, con su ya consabido grado de analfabetismo y limitado entendimiento e interés por los temas de lo público, no perdonó, ya que ¿quién en su sano juicio le quisiera ver las jetas a un grupo de adultos mayores, vestidos como padrino de quinceañera de barrio y que hablan como si Raulito, el alumno de 3° de primaria recitaría en el festival de Día de las Madres? Naaa, la gente quería ver casi la misma acción y drama de las telenovelas que los habían formado por décadas, querían algo de qué poder chismear con la comadre en la tienda de la esquina. Querían show.

Así, la necesidad de subir los ratings de los debates y la entrada con fuerza del marketing político en México, hicieron que más que una confrontación de ideologías, los debates se convirtieran en meros escaparates para la venta dura de los candidatos. Ahora se cuidan los colores de las prendas que usa, los peinados, maquillaje, los ademanes, ensayan palabras clave que pueden convertirse en tendencia gracias a la viralización, todo esto en detrimento de los mensajes verdaderamente importantes: ¿cuáles son sus propuestas para combatir a las problemáticas del país? Y más importante ¿cómo las van a implementar?

Peor aún fue el siguiente paso dado en los debates, al permitir la confrontación y con esto, poder llegar a las alusiones personales, a los ataques y señalamientos directos, el uso de pancartas para vincular al aludido con figuras polémicas a fin de golpear su credibilidad y ganar puntos. Tan lamentable ha sido esta evolución de los debates, que ahora la gente los espera no por conocer las propuestas, sino “por ver qué se van a decir”, ¿qué trapitos sucios le sacaran a este o al otro?, ver ocurrencias como decir que la solución a la inseguridad sería cortarle las manos a los delincuentes, cosa que despierta el sensacionalismo en un público que alimenta su morbo sin saber que esa propuesta está en contra de lo establecido en constitución misma (artículo 22, por si estaban con el pendiente), o escuchar chistoretes como “Ricky, riquín, canallín”, que al final de cuentas son las cosas que quedan registradas en la mente de los espectadores y de lo que más se habla, dejando de lado los temas verdaderamente importantes y convirtiendo al candidato en relevante más por sus ocurrencias, que por sus aptitudes y a nosotros comentando al día siguiente: “¿viste lo que este le dijo al otro?”, “aaaah, sí se m@mó”.

Y sí, nos puede causar la risotada en el momento, pero debemos enfocarnos en lo mero importante, la carnita, la sustancia, pero como mencioné, nuestra misma formación, forjada ya por el consumo masivo de contenido que en su mayoría no nos incentiva al cuestionamiento de las cosas, nos lleva a satisfacernos con el mero entretenimiento, sí, nos encanta el argüende y el circo de la política mexicana está llena de ello.

Y es aquí donde nos damos cuenta que mientras en México no aprendamos sobre la importancia que los temas públicos y sus repercusiones tienen para todos y comencemos a ser exigentes en cada aspecto de ello, seguiremos teniendo este tipo de política, la que merecemos por ser así y no la que debiéramos tener para nuestro desarrollo.

FB: El Doogie Olivares

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