Abaratar la política
En tiempos de la antigua Roma, el servir al pueblo formando parte de la política era considerado uno de los más grandes honores, al cual no cualquiera podía acceder, era para personajes destacables y dignos. En México el honor queda manchado por esa legendaria máxima que dicta que “vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”.
Y no es mentira que en nuestra tierra del nopal, el pulque y los miércoles de pollo y medio al precio de uno, el estar inmerso en la política se ha convertido más que en una manera de ayudar a la ciudadanía, sí propiamente en una manera de vivir, tanto que cuando preguntan “¿a qué se dedica tal fulano?”, muchas veces la respuesta puede ser “es político”.
Y es que si consideramos que prácticamente los partidos políticos viven de nuestros impuestos, en lugar de aportaciones de simpatizantes, como sucede en oootrooos tantos países y que lo mismo pasa con la burocracia, el poder ser una notable figura de la polaca es visto como un gran logro, que uno es ch¡ngón, esto sin importar que no hayas estudiado alguna carrera profesional, que carezcas de experiencia en la función pública, que no hayas terminado la secundaria o que ni siquiera sepas cuáles son las vocales y cuáles las consonantes. Si entras bien en la política, ya la hiciste.
Cabe mencionar (a vaya frase de señor culto que me acabo de chutar), que en tiempos más civilizados, al pertenecer a un bando político, sus integrantes lo hacían con una convicción por las ideologías que este representaba, confiando en que esta manera de pensar podría trascender e impactar como forma de gobierno y de ahí la lucha electoral por lograr el triunfo, había gente preparada, los famosos “ideólogos”, personas que disertaban de manera profunda y que con planteamientos bien argumentados buscaban movilizar la conciencia colectiva para tener el beneficio del voto y lograr cambios significativos en el país. Esto a pesar de los más de 70 años consecutivos del PRI como partido hegemónico, cabe aclarar; pero esa es otra historia.
Hoy, las ideologías son meras banderas vacías, con institutos políticos que no sirven más que como meros instrumentos para que individuos logren objetivos personales, que en últimas instancias se reducen a dos simples cosas: poder y dinero, las dos cosas que envician más que el cigarro y el pan dulce; no hay que buscarle más y hasta lo podemos notar cuando a escasos 3 meses de asumir un cargo, notamos vehículos lujosos, ropa más cara, la mecha balayage, alguna rinoplastia o cachetes más rebosantes por ya poder bien tragar.
Culpa de esto también de los partidos políticos, quienes con afán de conectar con el electorado y buscar numeralia más que nada, agarran literalmente cualquier pinshi shingadera como candidato, de ahí que tenemos a cualquier personaje, que aunque la ley le permita ejercer sus derechos políticos, en la realidad sabemos que no cubre el perfil necesario para ejercer el cargo al que se postula y llegó ahí gracias a una mezcla de ambición personal y la necesidad del instituto político por lograr hacerse de un espacio.
Tan huecas son las convicciones ideológicas, que bien podemos ver a un candidato o candidata a los cuales, sabiéndose con determinado capital político, hemos visto pasar por distintos procesos electorales, cambiando tanto de colores partidistas como teibolera cambiándose cinco tangas por noche.
De ahí también tenemos al declarado revolucionario, que porque no le pareció algo o no lo pelaron más, se declaró como izquierdista, el cual al rato no le volvió a parecer algo y se declaró mejor ecologista y al último terminó como cascajo queriendo “transformar” al país o bailando con tenis llamativos, todo con tal de hacerse del famoso “hueso” ¿los principios y las ideologías colectivas? Bien pueden hacerse a un lado con tal del logro individual.
Pero a fin de cuentas, este abaratamiento de la política no es totalmente culpa de estos personajes y los partidos, ya que la ciudadanía, victima tal vez de ignorancia, hartazgo o vil valemadrismo también lo ha permitido al no involucrarse en las cuestiones de lo público y de esta manera exigir mejores perfiles y no permitir que esta plaga de personajes que laceran (otra palabra culta que aquí les obseqio) siga en aumento.
Urge un verdadero cambio que permita la verdadera revolución político-social que convierta verdaderamente a nuestro país y no deje al término “transformación” como un mero lema de campaña, poder impulsar de nuevo en la ciudadanía la confianza en las ideologías funcionales y no en utopías con resultados catastróficos, revalorizar la importancia de la política desde su concepto mismo, tal vez esto sea posible de alguna manera, pero en este momento México está muy lejos de Roma y no estoy hablando precisamente de kilómetros de distancia.
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