Entre el narco, el tráfico de migrantes y la contaminación de sus ecosistemas, la Bahía de Paredón, ubicada en la franja costra de Chiapas, resiste al olvido institucional
Ángel Yuing Sánchez/Chiapas Observa.- En la Bahía de Paredón ya no solo se pesca camarón, jurel o jaibas. También se pescan muertos. La violencia asociada al narcotráfico, el tráfico de personas y la creciente degradación ambiental ha transformado radicalmente la vida de las familias pescadoras de esta comunidad costera del Pacífico chiapaneco.

En una de las galeras donde se limpia y vende pescado, doña Isabel de Lucio desgrana su testimonio con manos curtidas por el trabajo en el mar. Mientras desescama jureles verdes obtenidos tras “chegapear” –una práctica común en la zona que consiste en pedir uno o dos peces a los lancheros que regresan de faenar–, relata cómo su esposo fue perseguido por el espíritu de un migrante hallado muerto en el mar.
“No podía dormir con la puerta cerrada. Sentía que el muerto estaba dentro de la casa. Despertaba empapado en sudor frío, aquí no se suda frío porque no se puede, aquí las noches son calurosas”, cuenta. “Así estuvo varios días hasta que lo llevamos a que lo curaran, pero todavía a veces se le mete la pendejada cuando anda bolo”, agrega con resignación.
El relato se vuelve más oscuro cuando confiesa que su esposo, tras hallar el cadáver flotando en altamar, decidió sacar del pantalón la billetera y el celular del fallecido. “La billetera y los documentos los regresó al mar, pero nada pendejo, se quedó con los dólares y se los trajo con el teléfono», narra. Esa decisión, dice, desató las pesadillas. “Luego el muerto venía a buscarlo en las noches”.
Doña Isabel no se justifica, pero explica la lógica desesperada detrás de actos así: “Ya para vivir de pescador no da. Por eso la mayoría le entra a los cachucos –como llaman a los embarques ilegales– o, si tienen suerte y les cae un paquete ‘de la buena’, ahí sí se llevan su buena paga, y hasta a una nos va bien”.

La Bahía de Paredón, ubicada en el municipio de Tonalá, es hoy un epicentro de tensiones invisibles. A la sobreexplotación pesquera se suman las rutas del crimen organizado y del tráfico migratorio por el Pacífico, un fenómeno poco visibilizado pero en expansión. Las aguas del Golfo de Tehuantepec, otrora sinónimo de vida, hoy arrastran secretos, mercancías y cuerpos.
Con salidas marítimas hacia Centroamérica y el Istmo de Tehuantepec, canales entre manglares y una barra natural que separa la laguna del mar del océano Pacífico, la Bahía de Paredón, en el municipio de Tonalá, Chiapas, agoniza. Lo hace en silencio, entre la grave contaminación de sus ecosistemas, el crecimiento de redes de narcotráfico, el tráfico de migrantes por vía marítima y el abandono institucional.
Aguas negras, cuerpos invisibles
A simple vista, la ausencia de un sistema de drenaje público y tratamiento de aguas residuales es evidente. Por los patios, las calles e incluso dentro de algunas casas corren surcos de aguas negras que desembocan directamente en la enorme laguna conocida como el Mar Muerto, separada del océano solo por la Barra de Tonalá.

El vertido constante de residuos sin tratamiento ha hecho de este ecosistema un foco de enfermedades. En enero de 2023, cientos de pobladores salieron de sus viviendas, se organizaron en motocicletas, taxis y colectivos, y se dirigieron a la carretera costera, en el tramo Arriaga–Tonalá, a la altura del río Tiltepec. Allí, bloquearon el tránsito vehicular durante tres días consecutivos, exigiendo el restablecimiento de la planta de tratamiento de aguas residuales de la cabecera municipal.
“El agua está matando a nuestros hijos”, decían los manifestantes. Durante el bloqueo, hombres, mujeres, jóvenes y niños resistieron sin moverse un centímetro del lugar, denunciando un alarmante incremento de casos de salmonelosis. La primera noche, mientras una banda norteña y un grupo de mariachis amenizaban la protesta, los pescadores bailaron y bebieron hasta el amanecer. Decenas de latas de cerveza, botellas vacías de tequila Don Julio y una resaca espesa al día siguiente mostraban otra cara de la contaminación: la del tráfico de drogas y personas, actividades cada vez más presentes en la vida cotidiana.
Un punto estratégico para redes criminales
La Bahía de Paredón se ha convertido en un enclave estratégico para las rutas del Pacífico utilizadas por redes criminales dedicadas al tráfico de migrantes. Su acceso limitado, la baja vigilancia marítima y su conexión con rutas terrestres hacen que esta franja costera funcione como zona de desembarco de embarcaciones ilegales procedentes de Centroamérica.

Desde esta bahía, pequeñas lanchas rápidas desembarcan migrantes que luego son movilizados por caminos rurales sin vigilancia hacia puntos clave como Arriaga, el Istmo o el centro del país. Estas rutas funcionan como alternativa ante la creciente saturación y militarización de las carreteras en el sureste mexicano, ha señalado Gerardo González Figueroa, del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).
Según fuentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, la Bahía de Paredón representa un punto de riesgo latente para el tráfico de personas por vía marítima. “Su geografía, combinada con la debilidad institucional, la convierte en un posible destino de cuerpos no reclamados o abandonados en altamar”, advierte un funcionario consultado bajo anonimato.
Cuerpos que el mar no devuelve
Aunque no existen registros oficiales de casos confirmados, el monitoreo permanente y el cruce con patrones de desaparición podrían revelar casos hasta ahora invisibles. “Aquí ya no solo se pescan peces o cocaína, también se pescan muertos que terminan en la invisibilidad institucional y en el olvido del mar”, afirma un pescador de la zona que pidió reservar su nombre.

La organización Border Forensics y medios locales han reportado desde 2022 la muerte o desaparición de al menos 1,433 personas migrantes en tránsito hacia Estados Unidos. Muchas de ellas murieron ahogadas en las costas de Chiapas y Oaxaca. Sin embargo, sus cuerpos nunca fueron recuperados. Expertos atribuyen esto a la descomposición acelerada por la salinidad y la fauna marina, a la ausencia de protocolos de identificación forense rápida, y a la falta de cadena de custodia adecuada en los levantamientos.
Entre la omisión y la resistencia
Pese a que tras el bloqueo de enero se acordó una mesa de trabajo entre autoridades municipales, el Gobierno del Estado, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y pobladores, la situación no ha mejorado. La contaminación continúa fluyendo por un caudal sostenido de corrupción, omisión y abandono, mientras las rutas del Pacífico siguen activas.

En la Bahía de Paredón, la vida de los pescadores se ha transformado. Muchos han abandonado las redes de pesca para sumarse, por necesidad o por presión, a las redes del crimen. Otros, como doña Isabel, resisten entre jureles verdes y fantasmas que emergen del mar.
 
			 
		