Pascual Yuing
Seguramente sabemos que para abastecernos de alimentos, la actividad económica se basa enormemente en el aprovechamiento de recursos naturales y flujos físicos como la lluvia, las corrientes fluviales y, por supuesto, la fotosíntesis. Sin embargo, con el increíble aumento de la población y de la renta per cápita (ingreso promedio por individuo), prácticamente todos los ecosistemas importantes del mundo se encuentran amenazados por la actividad humana.
En los hechos, la deforestación y la quema de combustibles fósiles que provoca el abuso al entorno físico, está alterando de forma decisiva el clima e impactando doblemente los ecosistemas terrestres. El CO² uno de los gases más importantes de efecto invernadero, que absorbe calor del sol, calienta el planeta y que además de modificar infinidad de procesos ecológicos como la productividad agrícola y la transmisión de enfermedades, ha provocado intensas precipitaciones pluviales poniendo en grave riesgo la seguridad de la población.
La presión ejercida por los humanos sobre los ecosistemas y el clima de la Tierra, ha originado un peligroso cambio climático, la extinción masiva de especies y la destrucción de funciones esenciales para la vida. Pareciera, que el vaticinio del juicio final está más cerca que nunca: los océanos se agotan, el agua dulce para beber y regar escasea, extensas tierras han dejado de ser aptas para la agricultura, hay extinción masiva de plantas y animales. Y en este contexto, la falta de energía se ha vuelto uno de las principales necesidades del ser humano.
Según datos estadísticos, el consumo se ha incrementado proporcionalmente a las necesidades diarias; y si las tazas de actividad económica de hoy día, mantuvieran en el futuro su ritmo de crecimiento actual y con las mismas tecnologías, serían insostenibles desde el punto de vista medioambiental. Y es que al ritmo del crecimiento poblacional, el desarrollo y la difusión de tecnologías sostenibles son demasiado lentos en casi en todo el mundo.
Lo más preocupante, es que la población mundial continúa creciendo a un ritmo peligrosamente rápido, sobretodo en regiones incapaces de afrontar con rapidez los incrementos demográficos, como es el caso de México. Si observamos las caravanas de migrantes que hoy pasan por nuestro país, eso significa que la trampa de la pobreza impone privaciones dramáticas a los pobres y graves riesgos para el resto del mundo; es el resultado, de que una sexta parte o más de la población mundial siga atrapada en la pobreza extrema, sin verse aliviada por el crecimiento económico global.
Los economistas han dicho desde hace tiempo, que estamos encallados en el proceso mismo de resolución de los problemas globales y lastrados por el cinismo, el derrotismo y unas instituciones anticuadas. Que en un mundo en que las fuerzas del mercado y la competencia no encuentran ningún freno, no se ofrece ninguna solución automática para unas dificultades crecientes y desgarradoras. Que las condiciones ecológicas no van a mejorar, sino que empeorarán debido al rápido crecimiento económico en curso en la mayor parte del mundo; a menos, que dicho crecimiento se encauce mediante políticas públicas activas, hacia tecnologías que ahorren recursos o sean sostenibles. Es decir, que los problemas no se resolverán por arte de magia, sería mejor actuar.
En México, el gobierno de nuestro país puede evitar que en la actual trayectoria ecológica, demográfica y económica mundial, no acabemos padeciendo una crisis social y ecológica de consecuencias catastróficas. México puede dosificar los recursos con más acierto, maximizar los beneficios que están a nuestro alcance, encontrar una senda hacia la prosperidad, generalizarla a todas las regiones del mundo e incluso liderar la transición hacia un futuro energético sostenible; protegiendo su entorno natural, fortaleciendo su economía y garantizando un desarrollo equitativo para las generaciones presentes y futuras.
La implementación de acciones específicas para la adopción de energías renovables con un enfoque de cooperación internacional, la aplicación de métodos de gestión de territorios llamando a la participación ciudadana y el empleo de recursos realmente sostenibles que nos alejen de las peligrosas tendencias del cambio climático, la desaparición de especies y la destrucción de ecosistemas, debe ser uno de los principales objetivos. México debe continuar su tendencia hacia la transición, hacia un futuro de sostenibilidad y sustentabilidad ambiental, para afrontar las terribles consecuencias del cambio climático; y dar paso, al desarrollo y aprovechamiento de energías renovables, para evitar una manifiesta crisis energética que se avecina desafiante.